Orfeo y Eurídice

20.06.2021 17:33

La muerte es la única valla que el hombre no puede superar y la falta de mesura, sea por soberbia, descuido, impaciencia, etcétera, trae la muerte. Comportarse con mesura es saber vivir.

Hace millares de años vivía en Tracia un cantor llamado Orfeo, hijo de Calíope, musa de la epopeya. Cantaba y representaba tan bien, que los animales salvajes acudían a oírle, como asimismo le escuchaban los árboles y aun las rocas. Sus acordes armoniosos acallaban la tempestad y apaciguaban las olas. Se decía que los dioses mismos le habían ofrendado su lira. Orfeo vivía feliz con su mujer Eurídice, cuando la desgracia lo abrumó. Eurídice fue mordida por una serpiente y murió antes de que pudieran prestarle socorro. La pena de Orfeo fue inmensa. Buscaba lugares solitarios y contaba su desgracia a las piedras y a los árboles. Al fin, determinó descender a los infiernos y suplicar a Hades que le devolviera a su querida esposa.

Al fondo de un bravío precipicio, al final de un camino subterráneo, llegó a la laguna Estigia, que surca en la barca de Caronte. Entró por fin a la sala donde se encontraba Hades con su esposa. La mirada del dios se endureció al preguntar a Orfeo cómo osaba entrar en su reino sin haber sido llamado por la muerte. Sin responder palabra, Orfeo tomó la lira y expresó su dolor con acordes conmovedores; después se puso a cantar. Sus versos eran tan patéticos que el terrible Hades se dejó convencer y prometió que Eurídice le seguiría y volvería a la Tierra, con una condición: que Orfeo no volvería la cabeza atrás hasta abandonar los infiernos y llegar al aire libre. Si por temor o amor se volvía a mirar a su esposa, la perdería para siempre.

Orfeo, loco de alegría,  estaba resulto a no mirar atrás antes de llegar a la Tierra. Pasó sin dificultad junto al Cancerbero, el monstruo de tres cabezas que guardaba la entrada del reino de los muertos; bastaron unos acordes de su lira para que el temible perro se tendiese dócil a sus pies. Orfeo seguía oyendo el rumor de los pasos de Eurídice detrás de él. La salida del infierno estaba tan cerca que se veía ya la luz del sol. Pero, de repente, no oyó ruido de pasos. La angustia le hizo perder la serenidad y se volvió. ¡Sí, su mujer estaba allí, precisamente detrás de él! Pero junto a ella se encontraba Hermes, el guía de las almas, que asía ya con su mano el brazo de Eurídice para llevársela consigo. Orfeo la vio desaparecer y sólo oyó que musitaba un adiós…para toda la eternidad.