Poesía y antipoesía de Nicanor Parra

Poesía y antipoesía de Nicanor Parra, por Niels Hav
Por: Niels Hav
Traducción danés-inglés por: Heather Spears
Traducción inglés-español: Judith Filc
Crédito de la foto: www.narrativabreve.com
Poesía y antipoesía
Somos demasiado viejos para ser infelices, y es demasiado tarde para morirse joven. Juntos o por separado, nos sentamos a leer los diarios únicamente para no estar totalmente solos con nuestras especulaciones. Permanecemos despiertos a la noche escuchando el murmullo del universo y el enorme bostezo del mundo, y nuestros pensamientos crean espirales sin fin: ¿qué debería hacer una persona con su vida? Estoy solo, estoy solo, en el fondo más hondo estoy solo. De eso se trata ser humanos. Nacidos de a uno, cada uno recibe un solo nombre y un único destino. Pero es posible acercarse a los demás con una caricia… y con palabras.
En septiembre del año pasado pasó algo extraordinario: un poeta cumplió 100 años. El poeta chileno Nicanor Parra, nacido en 1914, sigue tan vivo como siempre. Su cumpleaños se celebró en todo el país con fiestas, recitales, lecturas y muestras de arte. En cuanto a Parra, pasó el día tranquilo en su casa en Las Cruces, una pequeña ciudad costeña a varios cientos de kilómetros de Santiago, donde vive con vista al Pacífico.
Parra nació durante la Primera Guerra Mundial, cumplió 30 años durante la Segunda Guerra, tenía 59 cuando un golpe de Estado trajo a Pinochet al poder y 87 cuando los aviones se estrellaron contra el World Trade Center. Hoy se lo reconoce como uno de los poetas latinoamericanos más influyentes, y en 2011 recibió el Premio Cervantes, otorgado por el Ministro de Cultura de España, que es el premio literario más prestigioso del mundo hispanohablante.
Seguir vivo parece ser una buena idea. Parra realizó sus estudios universitarios en Gran Bretaña y EE UU, y enseñó física durante muchos años en la Universidad de Santiago de Chile. La matemática y su devoción por la exactitud influyeron en su obra poética. Como fundador de la llamada “antipoesía”, revolucionó el arte poético con una lírica que es tanto apocalíptica como directa, en poemarios como Poemas y antipoemas, de 1954.
El estilo de Parra es abierto, directo y humorístico, una reacción a la poesía latinoamericana de la época, caracterizada por su pomposidad y patetismo. Su lenguaje es simple: “Yo llamo al pan pan, y al vino vino”. Debutó en 1937, y en ese mismo año conoció a Pablo Neruda, que era diez años mayor que él y un poeta establecido. Podría argüirse que Neruda es su opuesto; compuso largas odas al amor, la naturaleza y la belleza del universo, mientras que Parra es más ácido e irónico. El humor negro es un aspecto fundamental de su poesía: “yo delincuente nato /sorprendido in fraganti / robando flores a la luz de la luna / pido perdón a diestra y siniestra / pero no me declaro culpable”.
Los homenajes a Nicanor Parra son maravillosos, y se los ha ganado: el poeta es un solitario bandido en el desierto. Pero no es verdad que los artistas tengan el monopolio de la sensibilidad. Despertarse por la noche con la mente repleta de especulaciones delirantes no es algo tan especial. La mayoría de la gente se encuentra con monstruos. Todos podemos ser fulminados por catástrofes personales, crisis vitales, ansiedad; los demonios llevan distintas máscaras, pero dañan la psiquis de la misma manera. Corremos el riesgo de caernos de la vida y encontrarnos desnudos una vez más, como en el momento de nacer.
Algunos tienen que tomar medicamentos para controlar el dolor, superar las pérdidas o evadir la depresión. Se sienten totalmente abandonados y solos frente a sus monstruos. Es así; el diablo ronda como león rugiente. Otros se las arreglan con las drogas que se consiguen en el mercado: tabaco, café, alcohol, orgías de comida o ascetismo. Algunos logran desaparecer en su trabajo, en alguna pasión de la que no pueden privarse. Configuramos un pequeño imperio con la esperanza de que sirva de punto fijo para el espíritu errante el día en que debamos abandonar nuestro cuerpo y avanzar hacia lo eterno.
Todos queremos dejar huella, como agradecimiento por habérsenos permitido caminar por la tierra y disfrutar de su belleza, amar y odiar en proporciones normales y en un cuerpo con una dirección convencional. La gratitud es un sentimiento universal, aunque no todos tenemos las mismas razones para estar agradecidos.
La mayoría de nosotros tenemos convicciones políticas, pero, en el fondo, sabemos bien que son, en gran medida, el producto de condiciones aleatorias que nos tocan en la lotería del nacimiento: crianza, padres, cultura, este o aquel talento o aptitud. Nada de ello lo hicimos nosotros. Nacimos en una determinada religión, o en esa modalidad de ateísmo colectivo que, bajo distintos nombres, ha reemplazado a la religión. Nada de esto es especial tampoco, nada que nos haga merecedores de condecoraciones o distinciones. Cualquiera que recibe este tipo de honores debería hacerlo con humildad: otros no se ganaron nada en esa lotería.
La tarea de los que escribimos poesía es interpretar la experiencia humana compartida, el horror y la miseria que nos rodean, que se aferran a la ropa y penetran la carne. Observar lo que sucede. Dar nombre al monstruo. Y, si fuera posible, decir las cosas como son.